Despedida
Por Hipólito Giménez Blanco
Hoy es un día más de marzo. Ya pasaron más de 9 meses desde que salió el vuelo de Lufthansa a Frankfurt. Ahí comenzaba un viaje con dos hermanos. En ese entonces no estábamos seguros si se uniría otro más. Hubo que esperar unos pocos meses para que la historia nos juntara a los cuatro.
Poco a poco pasaron los kilómetros. Al principio entre ciudades, después países, continentes. Conocimos mucha gente que vale la pena conocer. Y hasta nos comunicamos sin hablar. Se pasó rápido. Muy rápido. Felicidad y tristeza. Nostalgia y alegría. No sé qué decir. Cuando no sabe que decir hay que ser sincero. Estoy triste y voy a dar un consejo. No se vayan de viaje. No convoque amigos que puedan acompañarlos. No dejen su trabajo como si fuera accesorio. No serán imprudentes a la hora de animarse. No atraviesen Europa, no se pierdan en Rusia y no recorran Mongolia. No duerman donde puedan en medio del camino, no armen y desarmen sus mochilas como si fuera un tetris. No pasen la mayor parte del año conociendo gente extraña. No se vuelvan locos con las sombras de la China. No conozcan la muralla que es emblema ni recorran la locura futurista de Hong Kong. No se enamoren, por dios, no se enamoren, y no jueguen al futbol en patas en medio de la calle. No conozcan Birmania, no conozcan Yangón ni Bagán ni Mandalay, no busquen siquiera el rastro de los Moustache Brothers.
No lo hagan, por favor, ni lo intenten.
No vayan a Sri Lanka, no viajen por la India. No fumen las flores seperteantes de la selva ni piensen en los elefantes salvajes que no existen. No deliren ni sepan que están hacen meses por el mundo. No descansen en la playa paradisíaca de Hikkaduwa.
No se cansen, no se mueran, no se asusten con la rabia invacunada de un mal perro.
En síntesis, no viajen por el mundo. No crean que se puede cambiar este sistema, no crean que los sueños se hacen vida en esta vida. No viajen por el mundo con Expreso, no vuelen por los aires con los chicos. No lo hagan, no lo hagan, no se ensucien.
Es demasiado feliz y demasiado duro.
Hoy es un día más de Marzo. Estoy triste y no puedo ni esconderlo. Ya lo dije, no lo hagan, no se expongan. Los hombres no debieran ser felices.
Despedida
Por Gastón Bourdieu
En este viaje una señora me hizo tener miedo en un tren amenazándome a los gritos por mi olor a pata inundando el vagón. En este viaje canté arriba de un escenario (Message in a bottle, si mal no recuerdo) para una pareja de chinos que me habían invitado a un karaoke personal. En este viaje me subí al auto de un dealer de un metro noventa de alto, piel negra y manos grandes, en Kuala Lumpur. En este viaje aprendí a leer unas letras nuevas que usan los rusos. En este viaje me corrieron escalofríos adentro de algunas iglesias y delante de un muro lleno de lamentos. En este viaje festejé mi cumpleaños en un aeropuerto, varado por un avión que no nos esperó para llevarnos a Sri Lanka. En este viaje me enojé con una chica perdida en Mongolia que inspiró varias anécdotas. En este viaje jugué al fútbol con los muchachos del barrio del puerto de Yangón, y con los cocineros de un restaurant de Shanghai, siempre en la calle. En este viaje volví a tener miedo cuando me persiguieron unos monos chinos. En este viaje lavé mi ropa en la ducha más de 126 veces. En este viaje jugué a estar de novio dos veces, en Moscú y en Viena. En este viaje no me dejaron jugar a estar de novio en Israel. En este viaje dormí en la calle bajo la lluvia. En este viaje vi el amanecer más místico, entre las montañas del Sinaí. En este viaje, creo estar seguro, fui feliz siempre.
No sé qué se escribe en una despedida. Tampoco sé si ésta lo es. Lo más importante de todo esto que pasó es que sigue pasando, que no caduca. Que todo lo que sucedió fue a la luz de mis ojos y los de tres hermanos, lo que lo hace mucho más profundo. Que esa luz se va a refractar en imágenes flotando entre ideas y empujando con fuerza todo lo que haga por el resto de mi vida. Qué todo está guardado en un disco rígido en unidades de energía. Que se sigue compartiendo. Que va. Que viene.
Expreso a Oriente fue un nombre. Pero en la más íntima abstracción, Expreso a Oriente es –y no fue– un viaje, un movimiento, una acción transitiva, un estado que no está donde estaba ayer ni mañana estará donde está hoy porque ya se fue. Y sigue su camino. Y aunque hoy recuerde perfectamente la salita con la computadora en un hostel de Cartagena de Indias donde saqué el pasaje para subirme a esta decisión, por alguna razón inescrutable, no encuentro en mi memoria el movimiento de neuronas que me llevó a aceptar ese destino. Creo que simplemente asumí que era el momento. Y me dejé caer. Y empecé a volar.
Hoy, mientras por la ventana veo a la lluvia empapar París, creo haberme llenado la panza de sensaciones, imágenes, energías y experiencias que, lejos de hacerme más sabio, sólo me hicieron más gordo, gordo de vida. Me empaché con el mundo y todavía estoy tratando de digerirlo. Probablemente nunca lo logre, no del todo, y sufra eternamente el hermoso banquete con el que me atraqué. Los medievales algo entendían si vivían de festín en festín santificando la fiesta de la gula.
Tengo un amigo que me dice, hace un tiempo, que el tiempo no existe. En su frase no puedo dejar de detectar un desenfrenado intento por explicar con optimismo la idea de los nacimientos y las muertes, de los comienzos y finales, de la vida cíclica que baila con el budismo y la sabiduría oriental. Pero la apropiación de la frase me permite resignificarla: el tiempo es una medida que asume el hombre desde el momento en que nace. Esa medida es etiquetada por la sociedad en la que vivimos y nosotros la consumimos comprando relojes que cuestan más que la comida, aunque valgan mucho menos. En China surcan otro tiempo, por ejemplo, y la vida consagrada al trabajo es ley ¿natural? La secularización atraviesa océanos y continentes. El tiempo nos empuja hacia lugares que nadie elige. El tiempo no es culpable porque nadie lo ve… pero todos lo siguen.
Entonces, ya que el tiempo es una noción que tenemos injertada pero, al mismo tiempo, la más absoluta impalpable materia, solo nos queda manejarlo a nuestro antojo.
El viaje, consecuentemente, ya no tiene comienzo ni, por suerte, fin. ¿Cómo se comienza un viaje? No es el despegue del avión. Tampoco el momento en que sacamos el pasaje. Me pregunto si será la inspiración que nos lleva a decidirlo. O si será la primera vez que te lo preguntaste. Entonces, no podría decir que Expreso a Oriente empezó cuando Joaquín me dijo que me sumara a su locura. Tampoco cuando Hipólito me dijo que no me acompañaba a Colombia porque se iba con Joaquín. Ni cuando decidí dejar mi trabajo para empezar a viajar.
El viaje podría haber comenzado el día que conocí a Joaquín, Hipólito e Ignacio, mis hermanos en esta aventura y desde mucho antes. Mi viaje, me niego a deducir, comenzó hace 26 años. Esos años, para la sociedad, se dividen en meses y días que están compuestos de tiempo. Ahora no lo llamaremos más tiempo. Ahora es un viaje mortal, sólo de ida, con destino la muerte. No hay que dramatizar: hasta con ese título suena encantadoramente seductor. El tiempo, por intentar definirlo, es la realidad que cada uno elige vivir segundo a segundo. El tiempo no puede alterarnos, no tiene siquiera manos. El tiempo, luego, no existe. Tenías razón, Georgeo. Gracias por la frase.
Entonces, salvada la situación con la explicación precedente, ya no soy más responsable de una despedida. Ya no cargo con ese peso que me encorva la espalda y me entierra los hombros. Sólo soy una sonrisa perdida por el mundo con forma de letra china, fumando un cigarrillo rolado y quemándome los bigotes con el encendedor, mientras el dRummer, mi payaso, se ríe de mí.
Corro nuevamente, a pesar de que en París no para de llover, y le gritó a Bayna que me lleve; y pasamos a buscar a Tiki para que todo esté descontroladamente bajo control, y en el camino está la chica de rastas de Berlín que nos invita a una fiesta arriba de su bicicleta, y todos los chicos de la escuelita de Inle Lake que quieren armar un picado, y los Pascal Jenny ya están poniendo las carpas, y por la montaña viene bajando Naranjú cantando una del Flaco Spinetta arriba de su caballo, y Norma nos pide por Facebook que le hagamos un lugar, porque no se lo quiere perder, y veo que en el asiento de adelante está el viejito contador de historias de Ekaterimburgo, que nos sigue hablando en ruso.
Y todo es una fiesta y no nos paramos de reír y el Cigarra, loco amigo de Hikkaduwa, corre por una playa para que no falte nada ni nadie y Serguei nos avisa que podemos dormir todos en Philoxenia, su mundo tan paralelo como zen, en la isla más grande del lago más profundo del lugar más inabarcable, Siberia. Pero, ¿quién quiere dormir? Y hasta Kerouac se sube a la camioneta –en esta cita que podría suscitar tanto amor como odio de Joaquín– y nos acechan todo tipo de acontecimientos imprevistos para sorprendernos y hacer que nos alegremos de estar vivos y verlos.
Y todo me gusta tanto que se saturan los colores. Y el cielo es más celeste, lo viejo es más rojo, y lo fresco más verde. Ahí, después de recuperar el aliento por haberme reído tanto, sacando la cabeza por la ventana rota de la camioneta de Bayna, miro al cielo y me doy cuenta de que soy feliz. Y lo único que me permite no sentirme culpable es querer invitarlos a todos.
Así, un poco, me grafico Expreso a Oriente. Así descansa en mi cabeza que nunca se cansa. Así sale a correr lleno de energía como una estrella fugaz cada vez que quiere. Así, un tren que sigue avanzando entre praderas y pueblitos polacos. Así, ese movimiento, ese flujo constante de energía voluntaria e inconsciente. Así nunca se despedirá, porque nunca terminó. Porque nunca empezó.
Despedida
Por Ignacio Antelo
“La ciudad eligió el silencio” me dijo hace unos días Luis de Girona, pastelero especialista en cremonas y azucares carbohidratados.
Frente a la noticia del paro contra la verborrágia ciudadana es que me siento acá, en el epicentro, que en este caso es una plaza con tres pinos y un peral, a esperar a que sucumba el escenario que hace un tiempo supo ser amable y que ahora, se muestra como venidero calvario.
Solamente escucho el campaneó rintinteante que llega desde lo más alto de la catedral de Santiago de Compostela. Anuncia las 12:00 hs y una mujer llora.
De espaldas a la orquesta que me atañe, se asoma huidiza, esta la última historia.
Avanzo por el parque hasta que veo un cartel con indicaciones. Enseña flechas que van hacia arriba, hacia abajo, hacia los costados y que nuevamente, vuelven a pisarse con las que van hacia arriba y otra vez con la que van hacia abajo y la de las costados, las de arriba y las de abajo.
Me acerco, aparece una escalera hacia abajo, veo el subsuelo. Desciendo hasta toparme con un portón blanco de marmol. Lo abro, encuentro un jardín hexágono de oscuras y altas libustrinas que visto desde arriba es un octágono aunque también me dijo Alfonso, herrero dedicado al lacado del aluminio, que es un trapecio.
En el medio hay un aljibe y es de cemento rústico, de época. Me acerco. Escucho el cantar de unos pájaros.
En el centro de la circunferencia hay un balde que no tiene cuerda. Es anaranjado y con forma de butaca. En un extremo está mi nombre.
No pasan más de siete u ocho segundos que me acomodo y empieza el vertiginoso descenso y; en su pared continua, circular e infinita, comienza la sucesión de imágenes.
Veo caras, miles de caras de todos los rasgos, están detenidas, congeladas en el aire enrarecido de esta fosa. Flotan y me observan con detenimiento. Me llegan sus risas, son dientes afuera que enseñan vida, aprendizaje aunque a mí, en esta excursión poco habitual, me atemorizan un tanto.
Escucho sus voces, llegan éstas aplomadas y ahora, el eco de la anterior se vuelve introducción de la siguiente.
Vuelve a sonar el campaneo de la Catedral; marca las 14 hs. Una mujer, de iguales rasgos pero distinta a la primera, llora.
Entre el alboroto constante que acompaña mi viaje hacia la cuenca residual, capto conversaciones que vienen en distintas lenguas; forman un zumbido etéreo y espeso, rectilíneo. A veces, casi siempre, se impone el Húngaro, que aparenta poca amabilidad y hermetismo impenetrable. Luego, se interfiere como pidiendo paso, el Hindú, lengua desordenada que atormenta pero que, después de correr el velo, tiene unos ojos marrones, como la miel o como la almendra, como el pelo del caballo, el zaino. Como el de una mujer, la más linda que he visto en la tierra. Entonces me acomodo pero no pasan mas de dos segundos y una milésima del primero que manejando un tractor aparece el árabe, verborágico como el sólo, denso y propenso a la confusión y entonces las tonalidades acústicas se fusionan y yo caigo con ustedes, Joaquín, Gastón e Hipólito en este trance efímero, en este túnel moviente que no quiere parar.
Las voces siguen, salen como por alto parlantes de un sistema musical antiguo, una vitrola de madera oscura. Entran al cerebro como un taladro y la viruta encefálica ensucia el aljibe, lo adorna. Los embates queman; me duelen porque se han convertido en pasado y eso, ya es síntoma de final, de desmoronamiento y de ceniza. No le tengo miedo al pasado, que no se me mal intérprete, es que a veces la nostalgia viene caminando tan de cerca de la tristeza, del desasosiego, de la penumbra. Y este túnel de voces, caras, escenas, risas y lágrimas es ahora mi aljibe, mi casa, lugar cerrado y oscuro, profundo, frío y húmedo. Ágria sensación de encierro y falta de aire.
Sigo bajando y en el fondo, que ya no está tan lejos como pensaba tiempo atrás, el agua se convierte en soga y tiene rasgos de víbora.
Y pasan cinco o seis minutos de atormentamiento constante cuando escucho la voz de Joaquín que me dice que no inventamos nada nuevo pero que creamos un mundo paralelo entre nosotros y que eso es lo que dura, lo va a quedar. Y lloro. Lloro como cuando era chico, mezcla de impotencia y miedo se acercan como lobos desde el final de este jardín donde pega el sol todos los días entrada ya la tarde.
Mientras sigue el descenso veo paisajes, los más lindos del planeta, llenos de flores blancas y otras rosas, otras naranjas y azules. Veo árboles, estructuras longevas y sabias del trecho. Veo montañas llenas de nieve y otras bañadas de pulposa vegetación, enmarañada que me llaman y otra vez quiero meterme de cabeza. Quiero saltar y caer ahí, destino inevitable gestado en la ley de gravedad. Y ahora, que hablo de teorías y de leyes, caigo en la cuenta que en esta vida existe una que tira fuerte de enserio…”hacer lo que uno quiera realmente”.
Es paradójico, este aljibe que hace décadas ha sido la fuente de vida de un pueblo, hoy, se convierte en mí sepulcro.
– “Hay dos maneras de volver al jardín” me dice Antonio, hombre de ralos bigotes que empuña un cuchillo entre la maleza. “Ni una ni la otra ahorran en sufrimiento, pues, el padecimiento a esta altura, ya es condena”, habla solo. La primera, consta en escucharse a sí mismo y entonces, tomar aire antes de la sumersión en el agua del foso. El primer tramo es tedioso y está repleto de monstruos de agua, pulpos que reflejados en las paredes de los acantilados subacuáticos a causa de los penetrantes ases de luz superficial, se vuelven alacranes gigantes. La segunda, es una teoría que llega desde Occidente y es: “quemarse las manos sujetando la soga del aljibe, la imaginaria, la inexistente”. Sigue el descenso.
En vuelo, aparecen situaciones diversas, editadas. Escucho pasos y entonces, en plena caída, me vuelvo pero a causa de la velocidad a la que transito no llego a divisar con claridad al personaje. Sólo veo unas manos. Llevan una pala, una brújula y un mapa, una lámpara de querosene. Me apiado del peregrino.
Las situaciones proyectuales siguen. Nos veo allá por el mes de Octubre entrando a Bagán, pueblo más Budista del mundo, y diluvia. Hay una carreta y sentado está él, Ao Ao, dios de Myanmar que con un canto nos llama.
Detrás de él surge Avinash, viste una camisa cuadriculada y el pelo asentado a la antigua no se le mueve. Individuo que el tiempo no borrará, guía espiritual que nos hundió en el río Ganges para experimentar su cultura, su vida. Mao mao, aventurero con el que cruzamos los campos desde Kalaw hasta Inle Lake y que dijo que era probable cruzarse con una cobra en el camino. El túnel sigue y veo al tío dan, robbin, myriam, gemma, britt, David.
La veo a Rachel y a Mery y entonces aparece un camino pedregoso, estamos con Joaquín enseñándole a andar en bicicleta y ella, con absoluta tozudez, se ríe ante cada caída demostrando el más ímpetu interés del aprendizaje, el más puro, el de la no verguenza.
Y ahora, estoy en el desierto y lo veo a Alí, sentado sobre su camello, infante de diez años que fue nuestro guía alrededor de las dunas. Me apunta y me dice: “hello, you are my big brother. If you are happy i am happy. My name is Alí”. Se ríe pícaro. Medio que se esconde y vuelve a reír. Me mira fijo, me clava la mirada y de guapo me marca que la barba me queda mal, que me queda para el orto. Me dice que así no se usa y que me afeite. Para salir del paso le pregunto si tiene novia; no fallo. Se pone nervioso y me dice que sí y que se llama Zaira. Instantáneamente se arma un silencio y lo aprovecho con otra pregunta para darle la estocada final al pequeño sagaz: y…¿la llevás a ver el atardecer a las dunas y le das muchos besos?. Se caga de risa, se pone muy rojo y no quiere contestar pero con un gesto me reafirma su gallardía.
Aparecen Pequeña Linea y el Mar Rojo, Península del Sinaí, escenario de vuelo y confortabilidad.Te veo a vos corriendo por las playas de Sri Lanka con tu paraguitas roto, Cigarra. Y Aparece Elvira y los fieles miramos el cielo y oramos al unísono: “vientooooo dile al cigarra, que su material es bueno y lo quiero…”. Luego, al instante, la aprecio, delgada, constante, ultra liviana y capaz de navegar los espacios en breves períodos de tiempo. Detrás de ella se van noches de risas y de velos eternos con Gastón buscando quien tenía el récord del Fruit Ninja. Lo veo a Samson en Goa, frente al mar arábigo con su puestito de cayacks hablando de política hindú y de lo cuanto que le gusta comer pescado fresco, del verdadero, del recién sacadito. Está Luigi, señor entrado en años que me enseñó las constelaciones en el desierto lindante a Pakistán. Cielo estrellado con vientos de arena. Y cuando veo esa luna enorme que plateaba el llano amarillento y eterno me encuentro tirado en Berlín. Y aparecen Rugero, el Michael y la oscuridad berlinesca en todo su buen sentido. Moni, Anita, el custodio y ese húngaro grandote que hablaba de las “Fuck lands”. Yo lo miraba. Se llaman “Malvinas”.
Ahora, estamos parados en una casa y llega año nuevo. Esperamos en vano a que las agujas del reloj den las 0:00 hs. Pero ¿que importa? ¿Cambia algo?… Veo la lágrima, esa que tenemos los cuatro clavada en el pecho como un diente. Que no la mostramos porqué estamos ajenos, porque estamos lejos. Y si uno está lejos de los que quiere, la fiesta se convierte en la figura opuesta y solo resta aguantar.
Y otra vez, estamos ahí, ahora en Palestina, en la iglesia de la Natividad queriendo huir a Israel a ver a Tiki, a Munit y a Gen y sentirnos abrigados. Es que en Palestina hace frío.
Me veo en Madrid, sin barba, cuando todo esto arrancó, están Luke y Tommy.
Lo veo al Nando y proyecto Cádiz. Ahí si que hay amabilidad a destajo, de la buena. Me veo solo en esa terminal vieja, solitaria y te saludo Nando. te digo que te espero en Argentina pero sé que eso es difícil, y entonces no lo acepto con las palabras y huyo. Te doy la mano y aprieto.
Está Julia y Salamanca y también Galicia. Ahi veo la casita donde nació mi abuela María. Hogar humilde y austero rodeado de lindas sierras llenas de vida. Son muchas las ovejas que conté por allí, son muchos los viñedos y las flores blancas abundan. Son enormes y tienen olor a sencillez y a grandeza conjuntas.
Marcelo, Hernán, jhoanna, Marcelo. El hombre más confiable de Egipto y también los veo al turco y a la Lore en un botecito enclenque en el medio del río Ganges donde enfrente nuestro se desintegran más cien cuerpos en simultáneo y una gota, producto de la echada de un hueso humano, le salpica el ojo al Turco y se pone tenso. Nos reímos.
Te veo a vos Tito viniendo en el medio de Sri Lanka a blanquearme que estás cansado y que necesitás volver a casa a dormir unas horas. Me lo decís triste, ¿crees que me dejás tirado? Para nada hermano, gracias por compartir estos meses de intensidad continua.
Y La caída sigue, es inevitable. Ya todo ha desaparecido; las campanas rintinteantes, el aljibe, el meticuloso andar de la víbora, Luis de Girona, el pastelero que malea los azucares, las flores, la butaca, ella y también los pulpos reflectarios de alacranes que ahora, se han convertido en recuerdos.
Por el contrario, sólo veo nombres, que son mucho mas que eso, veo personas y escenas que otra vez se proyectan, y yo, siguiendo al sonido más industrial, siempre recordaré.
Gracias compañeros.
Despedida
Por Joaquín Sánchez Mariño
“De estas calles que ahondan el poniente,
una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido…”
Límites – Jorge Luis Borges
Terminó. No hay eufemismos ni frases huidizas que lo eviten. Simplemente el viaje terminó. Para mí fue el 10 de febrero del 2013, exactamente ocho meses y cuatro días de irme. Desde entonces trato de que publiquemos el capítulo final. No lo logré, hasta hoy. Ahora siento la instancia intermedia entra la superación y la angustia, pero la poesía me inclina a lo segundo, a la prosa del desasosiego. Entonces le escribo un mail a Ignacio, que sigue por España, y trato de generarme compañía. Le digo que me siento mal, que ya no soy el que viaja por el mundo sino el boludo que escribe desde un escritorio. Me responde al instante: “el que viaja por el mundo es el mismo boludo que escribe desde el escritorio”. Y me rescata, una vez más mi amigo me rescata. No es solo la confirmación de mi porteña condición de boludo lo que me reconforta, es que además su herramienta retórica me pone en contacto con el otro, que no es otro, y descubro que desde Buenos Aires también me puedo rescatar. No hace falta irse a Katmandú, ¿cierto?
Me acuerdo que me gustaba mucho ser capaz de armar la mochila en tres minutos, siempre hice alarde de eso. Me gustaba también comer lo que viniera, o no comer, eso lo fui aprendiendo. Me gustaba que lloviera mucho y mojarme en Sri Lanka. Ser simpático con un egipcio traidor, saber cómo decir cosas en idiomas raros, jugar al futbol con deportistas malísimos, eso también me gustaba. O regatear, ser estafado, rezarle a Shiva, llorarle a Cristo, bailarle a Buda. Me gustaba forzar totalmente las emociones religiosas que nunca sentí. Porque nunca las sentí. Me gustaba pelear por Gastón y reconciliarnos en la primera chance de prepararnos un café instantáneo el uno al otro. Me gustaba hablar con Tito de lo que nos pasaba y lo que no, de las alegrías sutiles que no se volvían deslumbramiento y nos preocupaba, hasta que entramos en Mongolia. Me gustaba delirar con Ignacio y que sacara lo mejor de mí, sacar lo mejor de él, sentirnos artistas que salvan el mundo por citar a Calvino cada siete minutos y medio. Me gustaba ver a Gastón con ese don para la felicidad. Y ver a Tito manejar su talento para la desgracia, la mordida del perro, la bicicleta pinchada, las siete plagas de Myanmar. Me gustaba vernos a los cuatro exprimir hasta el último minuto en cada lugar que pisábamos. Pero lo que más me gustaba –y este placer me lo traje de regreso– era que llegábamos tarde a todos lados. Siempre tarde, sobre la hora, corriendo trenes demasiado definitivos con las mochilas a medio hacer y perdiendo accesorios en el camino. Siempre con urgencia por llegar a lugares a los que, en verdad, no teníamos ningún apuro en llegar. Siempre así, como equivocados, jugándonos en una cronometría imposible el presupuesto de todo un mes. Alguna vez perdimos, es cierto, un tren, un avión; pero en general estábamos a la exacta hora de partida en el andén correspondiente. Yo llevaba los pasajes, Gastón leía los mapas, Tito se preocupaba por que yo no perdiera los pasajes, Ignacio no podía entender por qué hacíamos –él incluido– tan mal las cosas. Y la verdad es que las hacíamos mal, nos estresábamos, perdíamos plata, terminábamos en una ciudad equivocada por tomar un vagón erróneo… Pero era incorregible. Y me gustaba. A veces nos juntábamos a hablar alrededor de una mesa y decíamos que teníamos que modificar los tiempos, salir antes a las estaciones, a los aeropuertos, dejarnos de joder con lo que fuera que estábamos jodiendo. Y lo hicimos, una vez, después de perder un avión de Malasia a Sri Lanka y que todo pasara a costar el doble. Aprendimos la lección y lo hicimos, sí señor, a partir de entonces nada de jugar a Indiana Jones con los horarios. Estábamos grandes y viejos. Yo ya tenía barba larga, no podía permitirme semejante chiquilinada. A Ignacio también le parecía importante. El día de la prueba fue, creo, antes de volar a India. Llegamos como dos horas antes al aeropuerto. Nos controlaron, mandamos la valija y entramos a la sala de embarque. Entonces sí, la pesadilla: una hora y media de espera entre sillitas incómodas distribuidas en un cuarto literalmente vacío. Nos miramos las caras. ¿Ahora qué?
El tiempo, ahí adentro, no tenía ninguna emoción. Ni siquiera un café compensaba el sobrante, porque un café en un aeropuerto es un lujo para darse cuando sobran minutos, no una instancia de descanso. Yo no puedo descansar cuando espero. ¿Quién puede? La siguiente vez que llegamos temprano a un vuelo fue en Israel. Cuatro horas antes, tiempo record. Resultado: cuatro horas ininterrumpidas de chequeos de seguridad debajo de los borceguíes de Ignacio. Una chica joven nos dijo: “si llegan sobre la hora no los revisan”. Claro. Pero ya era tarde –otra vez–, ya nos habíamos vuelto civilizados y no jugábamos con los horarios. Habíamos madurado. Y con eso, tristemente, me di cuenta de que estábamos perdiendo algo. Me gustaba darme cuenta de esas cosas. Desde entonces tomé la decisión de no llegar con tiempo nunca más a ningún lado. No. Nunca más esperar ni el microondas, nunca más quedar parado frente a un artefacto que hace creer que cuando termine de operar vamos a ser –finalmente– felices. Esperar es creer que necesitamos algo que no llegó, algo que está llegando. Esperar es plagar nuestra vida de pequeñas siestas inconscientes en las que podríamos estar viviendo. Y eso me gustaba: estar viviendo.
Tito alguna vez se preguntó por qué llegábamos justos a cada tren. Por qué correr atrás de un taxi, lastimarse la espalda, transpirar, pensar que el mundo se acaba, sufrir por un semáforo. ¿Por qué ese sometimiento?… Pues, lisa y llanamente, todo era por el vértigo. Por la aventura involuntaria de vernos correr ese vagón que por quince o veinte minutos era el único elemento importante de esta vida. Eso también me gustaba. Correr con furia atrás de la chica más linda del universo, que ya se va. Correr desesperado porque la formación sale para Agra sin nosotros. Correr a lágrima viva porque el hotel te esperaba a las cinco y no a las cinco y media. Correr por la mayor de las estupideces y porque el mundo es demasiado largo y no hay tiempo que perder ni tiempo que esperar. Cuando todo se reducía a ese tránsito psicodélico entre el hotel y la estación, nuestra vida se volvía una secuencia de acciones trascendentes y violentas, llena de cornisas y peligros, llena de ficción. Pero no lo era, estábamos ahí en plena carrera, estábamos definiendo nuestra felicidad absoluta.
Eso me llevo hoy. Eso me sale concluir sobre este viaje maravilloso. Durante ocho meses estuvimos peleando cada día por nuestra felicidad. Estuvimos vivos cada mañana, en cada ciudad. Alertas, estresados, dormidos, tristes, deprimidos, excitados, incrédulos, desnudos, enfermos, intoxicados, ansiosos y despiertos… Todos los días corrimos atrás de un tren pensando que la vida podía terminar ahí, exactamente ahí.
Después veíamos que la vida seguía, claro, pero esas micro muertes nos servían de estímulo, nos llenaban el cuerpo de adrenalina para seguir corriendo. Nunca antes estuve tan vivo en mi vida como en este viaje. No me importa el cliché que eso signifique. Me gustaba saber que, al menos por ocho meses, me estaba preocupando solamente porque el tren –este tren– nunca detuviera su marcha.
Video: Expreso a Oriente
Música: Stop this Train, John Mayer / Magical Mystery Tour, The Beatles
26 respuestas a FIN
Los amo tanto y estoy llorando y feliz de que lo hubiesen logrado. Gracias chicos por habernos hecho vivir esta experiencia única. Que nos hizo feliz a cada uno de nosotros, sobre todo porque los parimos y eso es lo importante. Los hizo felices, y eso es lo que los padres queremos. Que ustedes sean feliz. Los amo a los 4.
Tremendo genios! Gracias por todo.
Hermoso chicos !!! Bellas palabras, bellas personas, sin idiomas, sin fronteras. La emoción es única, Mil felicitaciones !!
Increíble muchachos! La verdad que sin palabras, aunque suene trillado. Espero el próximo expreso con todo. Abrazo
Hace tiempo estoy enamorada de la alquimia de Expreso a Oriente: un poco del lirismo que hay en sus relatos y sus imágenes; otro poco también de cada uno de ustedes.
Gracias por compartir el altruismo, el amor, y la magia de viajar, que nunca se termina y siempre se reinventa.
Bon courage, viajeros, que camino se hace al andar.
xx
Me he sentido tan identificada con muchas de las cosas que han dicho, chicos… es cierto que el ser humano vive en una plataforma de trenes: unos los ven pasar sin hacer nada, otros los pierden, otros se suben a cualquiera sin pensar, unos saben muy bien cuál es el suyo… como si del universo conspirando se tratara. Me han hecho teletransportarme a la India de nuevo, a esos 2 meses de… tantas cosas, pero sobretodo de lo que dices vos, Joaquín, de pelear cada día por mi felicidad.
no me sale más que un ENORME GRACIAAS!!! los quiero
SIMPLEMENTE GENIOS! UN GRAN EJEMPLO DE SABER VIVIR LA VIDA Y NO TENER MIEDO A SER FELICES!! LOS ADORO!!
Hermosa despedida..desde acá los aplaudo y les deseo felicidad eterna
Que casualidad, yo termine el mismo viaje el día que ustedes lo terminaron. Gracias por llevarme con ustedes. Un abrazo y los espero por Salto (BA)
Que lindo… que linda despedida.
Felicitaciones chicos, excelente viaje!!!
Simplemente emocionante!, piel de gallina!!.
Tiago cada vez q veiamos expreso me preguntaba : mami y nosotros cuando vamos a ir a esa lugar? y a ese otro?….. y quien dice que algun dia podamos seguir sus pasos, Dios quiera que si!. Gracias por esto tan unico que compartieron con todos.
Joaco: los esperamos por Mendoza cuando quieran, y quien dice que hasta les cocino todos los dias algo rico (Diego no te pongas celoso). Saludos y los esperamos!. Ana, Tiago y Juan Diego.
Uffffff, ojos llorosos en medio de la oficina y a las 11:30!!! increibles los relatos, increible el final, me quedan ver los videos aun (pero eso lo reservo para la tranquilidad de mi hogar, asi puedo moquear tranquila). Creo q lograron hacer lo que la mayoria de nosotros quiere, pero no se anima, y si tal cual como escribio Joaquin, “Esperar es creer que necesitamos algo que no llegó, algo que está llegando. Esperar es plagar nuestra vida de pequeñas siestas inconscientes en las que podríamos estar viviendo. Y eso me gustaba: estar viviendo.” y eso es lo que quiero sentir sin dudas!
Besos!!
Hermoso como describieron hasta el último minuto, !!!!! Vuelvan a viajar, sigan soñando cómo la primera vez! Que loco ! viajé durante meses con ustedes!!!!!No sé que más decirles, los seguía día a día…!!!!!!!
Felicitaciones!
Espectacular!! El chico ese que baila siempre un poco tribunero, se quiso poner a su madre y a todos nosotros en el bolsillo.
La imagen de los globos aerostaticos es nueva y me encanto ver todo un compilado de imagenes del viaje. Este les salio mejor que nunca.
Cuando termino el video vi que la imagen en negro y blanco de expreso a oriente latia siguiendo la imagen. Lo tuve que ver un par de veces para ver que no era asi, o si?
a lo largo del año supongo que vamos a tener bonus track de behind the scenes
Gracias Joaquin por la redaccion de ese papiro que me justifica para llegar tarde a todos lados. Eternamente agradecido. No se preocupen, yo tambien eh perdido aviones, no maduremos nunca o moriremos en una sala de espera.
Abrazo!!
Genial chicos! Una historia sin final… No importa que ya hayan vuelto, hay cosas que nunca terminan!!! Los quiero mucho
Hermosas palabras. Llegan al corazón de estos viajeros que andan como ustedes por el mundo buscando esos instantes felices que hacen la felicidad. Saludos desde la India!
Me negaba a leerlo porque no quería que terminara! Lo hago hoy, después de estos feriados porque estoy escribiendo y ustedes me despiertan ideas, creatividad. Me niego a que esto termine y los admiro, los admiro profundamente. Por haber hecho este sueño realidad, por transmitir las ganas de viajar, por contarnos todo eso que desconocíamos y hacernos sentir, sentir eso que sentían, a través de las palabras. El tiempo, la vida, el instante. Gracias chicos, una vez más por deleitarnos, por contagiarnos las ganas, por el placer que genera leer sus palabras. Chapeu por ustedes, por este sueño!!! Espero poder seguir su ejemplo algún día, espero que vuelvan a viajar y sigan escribiendo, en un escritorio pero también en un tren. Abrazo enorme por este Expreso a Oriente.
Muchachos. Nos los conozco personalmente. Llegué a ustedes por intermedio de Yésica Vissani. Estuve siempre atento a todo lo que fueron publicando en el sitio, en principio porque el año pasado se me puso en la cabeza hacer un viaje en el transiberiano. Debo decirles que cada vez que veía los videos (de excelente calidad y contenido) se alimentaba cada vez más en mí las ganas de hacer un viaje. Los felicito por haber logrado este sueño. El de viajar y olvidarse aunque sea por un tiempo de la locura del trabajo y las obligaciones. Creo que este tipo de aventuras te cambian la cabeza radicalmente por las vivencias y la gente con la cual uno se cruza. Acá tienen a una persona a la cual le hicieron cambiar la cabeza. Ojalá pueda cumplir el mismo sueño que ustedes lograron. Si no es molestia me gustaría hacerles algunas preguntas ya que estoy empezando a evaluar la posibilidad de hacer el viaje en tren. Abrazo y a seguir viajando!!!
eso es todo? que tiene o tuvo de interesante el viaje , aparte del sentimentalismo que despiden los escritos? es una joda, verdad? porque, nada dijeron de haber participado en un asunto esquizoidal . aunque uds tampoco son de esa clase de tipos que pueden enfrentarse con una situación de esa naturaleza.ha sido interesantemente aburrido leer acerca del viaje.aunque lo haya hecho a toda velocidad- porqué le pusieron expreso a oriente? ya se ya se. es el titulo del viaje. pregunto por lo de la película. ahí, al protagonista, le pasa una muyyyy pesada. pero muyyyy. bueno.volverán con mami y papi. como es obvio.
olvidé algo, he viajado un largo largo trecho en algún momento.con todo lo que esto implica. en todos los aspectos.
Gracias por compartir la gran experiencia chicos!
Muy bien chicos!!! Felicitaciones desde Colombia. Hoy recorrí la página y me recreé mucho en sus crónicas de viaje. Llegué aquí por recomendación de Adriana Amado y al hacer el recorrido me llené de la inmensidad de los sueños.
Un abrazo de gol!!!
bueno chicos… no tengo palabras para agradecerles por la pagina, por los vídeos, por los relatos. creo que su vieja a sido fantástico en muchos aspectos, yo que sin tener idea de quienes son e estado riendo y llorando con cada uno de sus relatos.. Muchísimas gracias locos, en serio, infinitas gracias.me gustaría pedirles en la medida que se pueda, si me pueden mandar la info que tengan sobre Rusia, lugares hospedajes , la comida en los super en fin, lo que puedan mandarme y tengan a mano, estoy planeando un viaje a Rusia, con unos amigos, y cualquier info me vendría muy bien, gracias de nuevo!!!
Me enganché con la historia apenas me enteré. La verdad que muchachos la rompieron. Qué calidad para hacer las cosas! Los felicito de corazón! Recuerdo que en ese momento, cuando supe de ustedes, yo estaba por emprender mi viaje por Europa. Estuve cinco meses (cuatro estuve viajando sólo). Ahora estoy escribiendo las anécdotas y quería compartirlas con ustedes.
Les dejo mi blog, espero puedan darle una mirada.
http://elchuecodeviaje.wordpress.com
Abrazo de gol!