1 de Julio de 2012. Llegada a Rusia.
La combi es insufrible. La ruta de Helsinki a San Petersburgo está llena de pozos. El chofer pareciera que no conoce el camino. Se pierde. De repente aparece un río con puentes a lo lejos. San Petesburgo. Dónde carajo nos dejará este tipo… Nos bajamos en una esquina entre dos avenidas gigantes. Estoy agobiado. Y sobretodo, muy perseguido. Lo único que me dijeron en Buenos Aires, rusos y argentinos que viajaron, es que me cuidara, que no habláramos con la cana… Miro para todos lados, agarro mi mochila y reviso mis bolsillos a cada rato.
Hipólito
2 de julio de 2012. San Petersburgo.
Como cuando aprendía a leer de chico, ahora también trato de leer todos los carteles de la calle para entender el cirílico. Es como un juego en el que reemplazás símbolos por letras.
Gastón
3 de julio de 2012. San Petersburgo.
Decidimos dejar lo de Tanya, una rusa que nos ofreció quedarnos en su casa en las afueras de la ciudad (hora y media de viaje entre subte y colectivo). Es simpática pero me angustia. Está siempre vestida con una camisa de flores, jean estilo pescador y una campera deportiva que apesta. Su casa está llena de alfombras. Las odio porque generalmente no se lavan y están llenas de ácaros que me dan alergia. Se ven caños por todos lados, al parecer los soviéticos no se preocupaban por los detalles. Funcional: techo para no morir de frío. Eso está bien, solo pueden construir cuando no nieva, durante un par de meses.
Tanya duerme en el piso del balcón. Dice que ama esa parte de la casa. Está todo el día en la cocina, sentada frente a su netbook en un banquito sin respaldo. A su lado siempre tiene una taza de té con un litro de cerveza caliente, que en Rusia se vende en botellas de plástico. El departamento me angustia. Tanya también.
Hipólito
4 de julio de 2012. San Petersburgo.
La H es la n; la N al revés es la i; la r cursiva es la g; el 3 es la z; la puertita es la p; y la p es la r. El 4 es la ch; y la o con una raya al medio es la f. El cirílico me encanta.
Gastón
5 de julio de 2012. San Petersburgo.
Me miro en el espejo en el que antes se miró Dostoievski (está colgado en la sala de su casa museo de San Petersburgo).
Joaquín
…
Confirmé lo que venía pensando: los rusos no son europeos ni asiáticos, son rusos. Me lo dijo Vassily, un borracho que conocí en un bar. Los borrachos no mienten. Los mapas, acá, pierden legitimidad.
Gastón
6 de julio del 2012. Salida de San Petersburgo
La señora me mira fijo. Me apunta con sus ojos una mirada entre inquisitiva y de enojo maternal. De su boca salen expresiones tan expresivas como inentendibles. Habla (es un decir, en realidad grita) en ruso. Todo el vagón se ríe a carcajadas. Joaquín e Hipólito están vaya uno a saber dónde, y yo no sé si reír o llorar en mi primera experiencia en un tren ruso.
El tren está en movimiento hace unos 10 minutos y la señora, que claramente tiene un problema conmigo, ya no solo me amenaza con sus gritos sino también una sábana en la mano. Las carcajadas se multiplican y yo sigo mirando, estupefacto desde mi catre a un metro y medio de altura, a la señora que cada vez me da más miedo.
Claro que no solo hay gritos y risas en el ambiente. Hace cinco minutos, para subirme a mi litera, debí sacarme las zapatillas y toda la caminata por San Petersburgo de ese día salió de ellas en forma de un hediondo olor a pata, que me recordó a las noches de truco en el campo, cuando mi tía Matilde me negaba sus caramelos por “el olor a queso” que tenía.
Ya no quedan dudas, el dedo índice de la vieja (que a esta altura es “chota” o “de mierda”, como mínimo) es un gesto claro hasta para el más pelotudo. Quiere que me lave los pies y no va a dejar de gritarme hasta conseguirlo, haciendo un show para el hilarante vagón y dejándome avergonzado cual niño mojado.
Sin embargo, mi orgullo no mengua y yo –que no puedo dejar de preguntarme qué hago en un tren en Rusia– no salgo del ¨je niet gavarie paruski¨ (no hablo ruso), ni de mi litera. Entonces, la señora me saca la funda de la almohada, se va y vuelve a los pocos minutos con la misma funda humedecida. Luego de arrojármela sobre los pies, hace su acto final mentándome a la puta madre que me parió (o al menos eso interpreto de su ruso).
No tengo más remedio que fregarme los pies con la sábana y luego untármelos con mi desodorante de rolón.
Gastón
7 de julio de 2012. Llegada a Moscú
Amanezco con un notorio mejor olor en los pies. La vieja me ofrece un té. Así, al parecer, declaran la paz en Rusia. El tren ruso no es un tren cualquiera.
Gastón
8 de Julio de 2012. Moscú.
Ayer fuimos a la Plaza Roja, tomamos unas cervezas y decidimos salir. Unos estudiantes de Guatemala nos invitaron a un boliche: ¨nos cambiamos y vamos para allá¨, prometimos. Sin embargo, y para mi sorpresa, cuando salí del baño con mi segunda birruquen encima, encontré a Hipólito y Joaquín haciéndose los dormidos en sus camas.
-¿No íbamos a salir? –pregunté, aún amable.
-Sí –contestó Hipólito, desde la cama–, pero ya es tarde y mañana hay que despertarse temprano para hacer el check out e irnos de este lugar. Si salimos hoy –agregó, inclaudicable– no solo perdemos todo el día de mañana sino también treinta dólares.
-Si no quieren salir –dije, tratando de no perder la compostura–, todo bien, yo me voy solo. Pero no me exageres las cosas, es cuestión de despertarse a las doce y listo.
-No exagero –respondió Hipólito ya envalentonado en su discurso–, pero el problema es que vos sos un manija… querés salir todas las noches, sos un pesado.
Traté de no tirarle la latita de cerveza por la cabeza y reaccioné lo más tranquilo que pude.
-Pará. Por empezar, manija es alguien que toma merca a las diez de la mañana antes de ir a trabajar después de no dormir en toda la noche, no alguien que después de un mes de viaje no fue a bailar nunca y quiere aprovechar el único sábado en Moscú antes de meterse por dos meses en Siberia y Mongolia.
La discusión continuó unos minutos más, pero lo importante es recordar que, después de que acordaran cláusulas para abandonar el boliche sin culpa, Hipólito y Joaquín me acompañaron a un antro semivacío con una música espantosa, un ruso musculoso que vestía una remera con la insignia ¨Women killer¨, y un ecuatoriano que me instaba a dejar el lugar porque no hablo ruso… Nos fuimos tras unos pocos pasos en la pista. Joaquín quiso enamorar a una chica de 17 años.
Gastón
…
Son las 10 de la mañana. Gastón es un manija.
Joaquin
9 de julio de 2012. Moscú.
Durante el día la ciudad no para. El metro, colosal reliquia rusa, mueve millones y millones de habitantes al día. Y no colapsa… El trato en la fila del subte o en las boleterías en general es bastante tosco: se cuelan sistemáticamente, pero lo hacen sin conciencia de la injuria que eso significa para un argentino, es decir, no intentan dormir al boludo de la fila, simplemente van con la vista fija hacia el objetivo seguro: su ticket sin espera, porque acá nadie espera. Según nos dicen rusos varios, es una costumbre que queda del invierno, cuando hace tanto frío que no hay tiempo para correcciones sociales ni para saludos. Spaziva (gracias), es el privilegio que trae el verano.
Joaquín
10 de julio de 2012. Moscú.
Fuimos al mausoleo de Lenin. De todas las atracciones turísticas, es la única que no se paga. Hicimos la cola, bajamos unas escaleras y todo se volvió oscuro. Hay unos guardias que llaman a silencio. No se puede parar, hay que seguir el corredor y verlo. Ahí está Lenin, metido en su vidriera, igual a cuando murió. Es el morbo de la izquierda. Parece de plástico.
Hipólito
…
Moscú aumenta sin pausa su propia forma. Sus tres cordones circulares, sus tres “general paz”, son temporales. El primer cordón marcó el límite de la ciudad hasta cierto año, el segundo otro tiempo más, y el tercero es el límite actual. Sin embargo, anunciaron en estos días que aquellas casas que lo continúan, los extraradios fugaces de Moscú, son ahora parte de la ciudad. Y lo serán las futuras afueras que vendrán, y las otras, y las otras… Así, el conurbano de Moscú es siempre el próximo límite hacia dentro. Es la única ciudad infinita que conozco.
Joaquín
11 de julio de 2012. Moscú.
Natalia, que nos hospeda de onda en Moscú, nos organizó el día. Nos subimos a un taxi porque dijo que es barato. El tachero no conocía Moscú, usa un GPS. Tardamos 2 horas en llegar al mirador y el taxi nos salió carísimo. Natalia quiso ir a andar en barco pero nosotros no. No sabía como decírselo. Intenté ser sutil, cambiar su ofrecimiento por una cerveza… Creo que le molestó. En fin, tomé dos cervezas de cherry y me di cuenta de que el barco hubiese salido más barato.
Hipólito.
12 de Julio de 2012. Moscú.
Moscú está silencioso, como casi nunca. Por primera vez despierto en una casa tranquila y aprovecho el vestigio de la madrugada (son las doce del mediodía), para estar solo frente a una página en blanco.
Busco un sobre de café en la habitación y vuelvo. Hipólito me ve entrar y amaga a levantarse. Le ruego que no lo haga pero no le digo nada, solo esa mirada que suplica la inacción: quedate, quedate ahí. Pero rompe el encanto y mi madrugada tardía explota en sus ruidos matinales y en el hecho innegable (al menos en la Rusia de hoy), de que esta computadora es suya.
Joaquín
…
Ocho horas después de que el tren partiera a Nizhny Novgorod, descubrimos que no lo habíamos tomado… Compramos otro pasaje. Salió el doble.
Hipólito
13 de julio de 2012. Llegada a Nizhny Novgorod.
500 kilómetros después de Mosú, llegamos a Nizhny Novgorod, nuestra primera escala del transiberiano. El calor, los autos viejos y el movimiento con sonido a motor atascado me hacen pensar en Corrientes. Harán cerca de 40 grados y Tito se pone un calzoncillo ajustado que, francamente, me disgusta. Lo ajustado en un día de calor no tiene ningún sentido.
Joaquín
…
El hombre paranóico volvió a entrar en acción.
Salimos a comer con una pareja que conocimos por Couch Surfing, en nuestra primera noche en Nizhny Novgorod. Caminamos una hora hasta el Kremlin, guiados por un ruso que estaba tan perdido como nosotros y que habíamos encontrado cuando se bajaba de una mashrutka (típica van soviética).
Tras unas pizzas y una recorrida por la ciudad, decidimos volver y nuestros amigos quisieron pedirnos un taxi por teléfono. Como no lo consiguieron, paramos un auto en la calle y le indicamos a dónde queríamos ir (práctica habitual en Rusia, donde la mayoría de los autos particulares se convierten en taxi por unos rublos si alguien se los pide).
Era un GAZ Volga, marca más popular en los años soviéticos, con un olor en el habitáculo tan etílico como extraño. El conductor, un pelado con cara de ayudante de circo loco que se escapó de un show ambulante, escuchaba música electrónica rusa (toda una experiencia cultural) y nos miraba a través del espejo. Tenía en el rostro la insensatez soviética de los borrachos que boyan en la noche, y el físico de un boxeador que había perdido su chance por la bebida. La ropa desgarbada y zaparrastrosa no ayudaba ni un poco.
Joaquín tenía la cara que pone siempre que no quiere aparentar nervioso. Hipólito, como siempre, no sabía disimular su pánico.
Atravesamos el Volga por un puente luminoso y cuando Joaquín aún hablaba de nimiedades sin sentido e Hipólito no sabía qué contestar, el Pelado empezó a preguntarnos algo que, interpretamos, era sobre nuestra procedencia. Sonrió al escuchar Argentina, como el noventa por ciento de los rusos, pero eso no pareció tranquilizar a Hipólito. Doblamos en una calle desconocida e Hipólito no aguantó más: esta calle no me suena, ¿estamos yendo bien? Miren que hay que doblar en la próxima. Para mí que ya se pasó. Era en ésta, bajémonos acá.
Dudé –es innegable, la paranoia es más contagiosa que la gripe– pero estaba seguro de que aún faltaban un par de cuadras. Joaquín empezó a preguntarle si estaba seguro, e Hipólito prácticamente forzaba el picaporte para arrojarse del auto en movimiento.
Tres cuadras después identifiqué la calle y le expliqué a Tito que aún faltaban unos metros, pero él solo quería abandoner el auto del coleccionista de huesos. En la puerta de nuestro hostel, el Pelado nos saludó con simpatía, nos cobró lo acordado y deseó un buen viaje. Hipólito contó las historias que imaginó durante el periplo: en todas, nuestros cadáveres terminaban flotando en el Volga. Un hombre paranóico suelto en Rusia.
Gastón
14 de julio de 2012. Nizhny Novgorod.
Salimos a dar una vuelta. Nos tomamos el primer colectivo que aparece sin saber a dónde nos lleva. Media hora después bajamos en los suburbios de una ciudad que apenas conocemos. Hay puros edificios soviéticos, tipo monoblock, los típicos de la era Jrushov, después de Stalin. Son feos. Tratamos de preguntar cómo volver a la ciudad pero nadie habla inglés. Nos sentamos en una parada de colectivos a esperar. Tito va en busca de un yoghurt. Al rato vuelve acompañado de un borracho con la cara deforme. Se para al lado mío, Tito, y me señala, como delegando la tarea de lidiar con el borracho. Lo miro y sonrío, trato de apaciguar una violencia que imagino, una violencia que, en verdad, solo se expresa en la cara de cagazo de Tito. Me dice algo que no entiendo. Le digo que argentino, es decir, que soy argentino, pero se lo digo nombrando al país nomás: “argentino”. Se queda un rato callado. “¿No americanski?”, pregunta, convencido de que éramos americanskis, ósea, yankis. Pero le repito que argentinos, que americanskis no, para nada, y el conjuro funciona porque el tipo, ya convertido en un borracho simpático, empieza a sonreír. Me regodeo unos segundos en la veloz esgrima de mi nacionalidad pero el borracho, aunque simpático, no se va y sigue pidiendo algo que no sé qué es, plata supongo. Entonces bajan de un bondi dos tipos en cuero y ven la situación. Se acercan al borracho y lo echan a empujones. Cuando puedo verlos mejor, no tan obnubilado por el agradecimiento, me doy cuenta de que el remedio probablemente sea peor que la enfermedad: uno de ellos es un rubio silencioso con dientes de oro y pinta de psicópata, el otro es simplemente el cliché de tipo que da miedo, un gordo barbudo con tajos en todo el cuerpo, el cuello como cortado en dos y tatuajes hasta en las uñas. Antes de que digan nada, les estampo el “argentinos”. Vuelve a funcionar, tal vez demasiado. ¿Argentinos?, dice el más grandote. Expresa algo parecido a la alegría y se me sienta al lado. “Yo Armenia”, me dice golpeándose el pecho, “yo Armenia”. Le digo que Armenia good, que Armenia verry good, y nos reímos, como hermanos, como dos armenios que se reencuentran. El rubio mira, sigue silencioso. De pronto el armenio me abraza por el cuello, me intimida. Se pone dos dedos debajo de los ojos y hace un gesto como diciendo que los mantenga abiertos, que por acá pasan muchas cosas. Sí, le digo, sí, y trato de que volvamos al clima distendido dándole la mano. Tito entonces propone que nos tomemos cualquier colectivo aunque más no sea para alejarnos de la situación, que viene tranquila pero puede descontrolarse en cualquier momento. Me parece buena idea. Gastón está a un costado haciéndose el sota, no participa e imagino que después, pase lo que pase, nos va a acusar de cagones o de paranoicos.
En fin, nos alejamos para tomar un colectivo pero el armenio me frena. No, no, me dice, ése no… La puta, pienso, acá la pudrimos, y con la mejor cara de gil le digo: ¿no?, ¿not good?, como si todo fuera una confusión y no un intento desesperado por escapar de dos tumberos rusos o armenios que, claramente, nos da miedo conocer.
Entonces el tipo eleva un puño cerrado y con la otra mano se señala el músculo. Good, dice, strong, y después lo señala a Tito, lo señala varias veces, y dice not good, not good, mientras pone cara de malo y sugiere que se lo van a comer crudo, que se lo van a comer crudo y que por ende me van a comer crudo a mí también, por más argentinos que pueda pronunciar en un segundo. Le mantengo la cara de gil y asiento, claro, claro, nos tenemos que cuidar. Y al fin llega la tregua. El tumbero armenio con tajos en la cara, el pecho al aire y las manos hechas de callos se tranquiliza, sonríe y me pide una birome. Se la doy. Anota un número de teléfono y me da a entender que si nos pasa algo lo llamemos, que él la tiene lunga y nos va a proteger. Otra vez esgrimo el good good acompañado de sonrisas y le doy la mano. Nos lleva hasta otro colectivo y nos hace subir. Antes de irse, con ese típico andar de los dueños del barrio, se le acerca al conductor y le dice algo así como que somos argentinos, que nos cuide porque somos amigos suyos, y que lo va a estar vigilando … Y el conductor, sumiso, más sumiso que nosotros incluso, le dice que sí, que sí, que por supuesto. Apura la marcha y se va. Creo que nos aliviamos todos, hasta Gastón, que sigue haciéndose el valiente. Sota el valiente.
Nos acercamos al conductor para pagarle y nos dice que no, que nosotros viajamos gratis.
Joaquín
15 de julio de 2012. Ekaterimburgo.
La guía “Hablar Ruso en 15 días”, que compramos por 30 pesos, es sencillamente una mierda. Explica cómo decir terminus como “engranaje del árbol de levas”, “algodón hidrófilo” o “esparadrapo” (que no sé qué significa), o frases como “y a mí, merluza a la romana con un poquito de limón”, pero no dice nada de “hola”, “por favor” ni “gracias”.
Gastón
16 de julio de 2012. Ekaterimburgo.
En el hostel en el que estamos hay un viejito que camina despacio de acá para allá sin levantar los pies. Entra y sale de una puerta, le preguntoa Vassilly, dueño del Hostel, quién es. Me dice que es su padre, y que esta es su casa. Su departamento de tres ambientes convertido en Hostel. Le pregunto si es de la época soviética, me dice que sí.
Hipólito
17 de julio de 2012. Ekaterimburgo.
Entrevistamos al padre de Vassilly. Es fotógrafo, igual que su hijo. A sus 75 años, es fanático del Photoshop. Nos cantó una canción soviética. Se le quebró la voz y se le pusieron los ojos llorosos. A mí también.
Hipólito
…
Es de noche. Converso con una viejita rusa durante dos horas. Hablamos, pero no entendemos una palabra de lo que dice el otro. Su ruso, a juzgar por la velocidad con que lo usa, es perfecto. Nos reímos y me ofrece un té de jazmín. Lo acepto y lo acompaña con un chocolate. Sonríe. Nos quedamos en silencio, disfrutando de una amistad que, en verdad, suponemos. Durante un rato pienso de qué habremos hablado.
Joaquín
18 de julio de 2012. A bordo de transiberiano.
Despierto muerto de calor varias veces. No es una buena noche a juzgar por las horas de sueño. Mi amiga rusa se baja en Omsk y en su lugar sube un señor gordito, amable, semipelado. Me da buena espina… A su vez, no sé si enviada por dios o por el diablo, sube una rusa divina y ocupa la cama cerca de la mía. La ayudo a guardar la mochila.
Joaquín
19 de julio de 2012. A bordo de transiberiano.
Llevamos más de dos días en el tren y ya no tengo dudas: detrás de la helada e intimidante capa superficial de los rusos, hay unos seres encantadores, llenos de amabilidad y solidaridad, atractivos desde la más rica pluralidad de personalidades.
Gastón
…
Miro por la ventana. En la noche se suceden árboles, más árboles, enormes cantidades de árboles que miro hipnotizado, como todo lo que se sucede mecánicamente. De pronto siento, sentado en mi vagón transiberiano, que soy feliz como pocas veces en la vida. Ya pasaron 50 horas de tren.
Joaquín
…
Llegamos a Irkutsk. Después de un mes y medio de viaje, llevamos recorridos 10.991 kilómetros, siete países, catorce ciudades, y nueve husos horarios.
Hipólito
20 de julio de 2012. Irkutsk.
En Siberia no hay nieve ni osos ni frío. En Siberia hace un calor de cagarse.
Gastón
22 de julio 2012. Listvyanka. Siberia.
Son las dos de la tarde en Listvyanka, ciudad a orillas del lago Baikal. Finalmente llegamos a la famosa inmensidad rusa: frente a mi ventada tengo un bosque en medio de una montaña. No parece necesariamente grande, uno no se da cuenta de las dimensiones cuando solo ve los bordes. En Siberia, sin embargo, la inmensidad no se ve, se sabe. El paisaje verde, acompañado por una lluvia silenciosa, me tranquiliza. Se ve un humito como una niebla en la cima del bosque. No parece haber viento pero la niebla se transporta, lo cual, otra vez, evidencia que en Siberia no hace falta ver las cosas.
Joaquín
23 de julio de 2012. Bolshie Koty. Siberia.
Nuestro hostel, unas pequeñas cabañas hechas a mano por Alex (su dueño), es bastante acogedor. Una vez que se pasa el frío, el cuerpo se acostumbra a la tranquilidad que se ve en los alrededores. Los pinos, inmóviles, decoran una plaza sin calles en donde dos caballos corren desesperadamente. Una yegua se escapa de un potro que se la quiere montar, Tito se asusta de lo lindo, salta una cerca para protegerse y se aleja un poco más, por si acaso, no vaya a ser que el potro…
Joaquín
24 de julio de 2012. Bolshie Koty. Siberia.
Ayer fue nuestro segundo día en Bolshie Koty, un pueblito de 100 casas junto al lago Baikal. Los planes del día eran no hacer nada porque estábamos bastante dolidos por la caminata de ocho horas (18 kilómetros) para llegar hasta el pueblo. Alex, el dueño del hostel, nos propuso ir a una especie de olla popular a la noche por solo 150 rublos (4 dólares). Aceptamos. Un uzbeco con un colorido gorrito musulmán –se llama tubeteika– nos recibió revolviendo ploff, una especie de guiso hecho con arroz, pollo y salsa de tomates. Muy rico. Después de la comida, uno de los uzbecos descorchó el primer vodka. Al principio tomé solo cerveza pero a los pocos minutos ya estaba haciendo mi primer fondo blanco. No sé por qué decidí bajar el vodka con cerveza y pepinillos con ají. Los uzbecos me llenaban el vaso tan rápido que no tomé consciencia de la estupidez de seguir tomando cerveza. El encuentro terminó, me fui feliz y borracho a dormir al hostel, pero antes abrí otra cerveza y me puse a ver The Big Lebowski con los chicos. Increíblemente la terminé y me quedé dormido hasta hoy a las seis de la mañana, cuando me despertó el ploff. Salí en calzones al jardín y empecé a vomitar. Salió todo tan intacto que me lastimó la garganta. Volví a la cama. A la media hora volvió el ploff, pero esta vez no llegué al jardín y vomité el piso. Ahora sigo en la cama. Mi hígado no se para de retorcijar. Le digo a Gastón que dejé los remedios en Litsvyanka y me asusto. Le digo que vayamos rápido a Irkutsk por si me tienen que operar, que es un gran amigo y que se quede con mi computadora cuando me muera.
Hipólito
…
Fuimos con Joaquín a comprar una Sprite para Hipólito, que amaneció vomitando. Pensar que ayer decía ser Wolverine.
Gastón
…
No pude dormir. El hijo de puta de Tito cuando no ronca vomita…
Joaquín
25 de julio de 2012. Bolshie Koty. Siberia.
El lago Baikal parece un mar. Lo atraviesan bastantes pocos botes para ser temporada alta. Su encanto, dicen los libros, está en la profundidad: casi dos kilómetros (exagero unos metros) hacia abajo. En invierno, al menos durante cuatro meses, toda la superficie del lago se congela. Una capa de setenta centímetros se vuelve rígida completamente y durante esa época en normal cruzar de un lado a otro en auto, moto o bicicleta. La experiencia del invierno, acá, se convierte en mi obligación de volver algún día, con mucho más abrigo del que traigo ahora.
Vuelven los chicos del mercado. Se acaba el desayuno de palabras para mí. Traen en cambio unas ballenitas de chocolate incomibles, los gajes de no manejar el ruso: uno come lo que ellos quieran entender..
Joaquín
…
Acabo de probar el sauna ruso (Banya). Técnicamente, es lo mismo que un sauna común, la diferencia está en el método. Uno entra, pasa el mayor tiempo posible. Sale al aire libre cuando se agobia. Ahí, desprendiendo humo del cuerpo, baja el calor corporal pero no se siente el frío. Su vuelve a entrar al banya. Otro tiempo, se pone un poquito de agua en una especie de chimenea y sube la temperatura (yo llegué a estar a 80 grados centígrados). Volvés a agobiarte. Salís. El humito, la fresca. Antes de sentir frío, volvés a entrar. Así el tiempo que se te ocurra. Alex, el dueño del hotel, estuvo dos horas y media. Yo, principiante, creo que llegué a la hora con toda la furia.
Hipólito
25 de julio de 2012. Bolshie Koty. Siberia.
La noche de ayer, por culpa de los ronquidos ininterrumpidos de Tito, fue muy mala. Además el colchón no ayuda. En un momento incluso me cambié de cuarto y Gastón se despertó y no me vio y le tuve que hablar para que se relajara y volviera a dormir. Fue raro, realmente me asustaba la posibilidad de que Gastón se despertara, como si en ello me fuera la vida o la felicidad del día. No me gusta que se despierte antes porque eso me obliga a una serie de rutinas que deploro: hablar apenas me levanto, desayunar en compañía, no poder escribir un rato solo, pensar en conjunto qué hacer en el día, cuidar las maneras, soportar sus pésimos chistes matutinos (más pésimos por mi falta de humor), decidir si compramos o no tal o cual cosa, si vamos a buscar galletitas, azúcar o té, pelear por bañarse primero, segundo, pelear por no bañarse…. En fin, afortunadamente Gastón volvió a la cama y yo, para asegurarme de su sueño, volví al cuarto con los chicos. Ya casi llevamos un mes en Rusia.
Joaquín
Video: Expreso a Oriente
Música: La vuelta al mundo, de Calle 13
23 respuestas a Rusia
Chicos, me encantó. No paré de reirme. Es, en cierta forma, la primera vez que cuentan de sus peripecias, convivencias, experiencias y demás. Nada de historia. Todo lo que están viviendo, de cómo se llevan, de las idiosincracias de los rusos. De lo bueno y de lo malo que les toca. Jajaja. Increible. Y pensar que ya dejaron atrás 10991 km y un mes y medio. Ayer fueron dos meses. ESTO RECIEN EMPIEZA….. besos a los tres.
De los mejores que escribieron por ahora. Y buen tema para el video. Qué ganas de volver loco! Y pensar que uno está encerrado en una oficina acumulando ganas.
Gracias
Hola Gaston!! acabo de mirar todas las videos y leer todo los testimonios, y sinceramente, estoy viajando a traves de vosotros…Estais viviendo una maravillosa aventura, gracias por compartirla, y permitir asi que soñamos con vosotros…
Bisouxxx de France!!
Que maravilla de relato !!! En Mardel llueve y hace frio asi que estaba bastante embolada por el encierro forzoso hasta que me encontré con ustedes y todo lo que les va pasando. Me rei a carcajadas y me cambió el humor. Que bueno que nos permitan participar de esa experiencia. Todo mi cariño y que todo siga cada vez mejor, besitos.
Esa sonrisa convence a cualquiera, aun mas linda que Fandiño. Me llamo Rene que le encanto el video, y a me parecio muy copada la descripcion del gen ruso en el trato cotidiano. Y por mas historias que cuenten, Joacota tu siempre seras la zota!!
Obviamente, reír te pone feliz y no, necesariamente, al revés. A mi me hicieron feliz, me reí mucho. Este tipo de texto es muy ilustrativo, sentís que conoces a los personajes de afuera para adentro. Genial. Los quiero mucho!!
“Dame la mano y vamos a darle la vuelta al mundo…” seguimos viajando juntos… Lloramos de la risa leyendolos!!! Gracias!!!
SIMPLEMENTE GENIAL!!!! no paré de reir con sólo imaginarme cada situación…!!! Gracias totales en compartirlo!!!
nos encontramos en la próxima….
Madonna en su gira por Moscu:
“No quiero ser irrespetuosa ni con la Iglesia ni con el Gobierno, pero esas tres chicas: Masha, Katia y Nadia (Pussy Riot), ya pagaron por lo que hicieron. Rezo por su libertad. Merecen el derecho a ser libres”
Rogozin (Viceministro de Industrias de Defensa y vicejefe de gobierno Ruso) responde:
“Con la edad, toda prostituta vieja viene a dar lecciones de moral a todo el mundo. En particular en sus giras por el extranjero”
Chicos los felicito!!, no paré de reirme!! los banco muucho!! idoooloooss!!!, sigan escribiendo q es adictivo leerlos jajaj
¡ Muy buena la experiencia !
Joaquín, me alegro mucho por cómo te sentís, por lo menos hasta el 19 de julio.
Cuando arrancaste con “Miro por la ventana” te delató tu calamarismo… pensé que seguía “un viejo pelado”.
Bueno, y escriban, manga de vagos, que todavía van por Rusia en los relatos !!!
Increible muchachos. Espero que Tito este bien de esa borrachera. Flojo.
Uno de los mejores que escribieron, no pare de imaginarme cada personaje que describieron. Hasta me dieron ganas de conocerlos.
Lo bueno es que este Expreso no va a terminar nunca. Aunque vuelvan, esto es tan excelente que va a quedar para siempre.
Saludos !!!! y sigan rockeando !
Vamooooooooooooooosss los pìbes!!!
A dondema-moooO!!!!
cuidaadooooooooooo, cuidado con la bombachita decile a Natacha!!! la de la ache, que hace la cortada en el lago!!!
Feliz viaje muchachos y lo que no mate, engorda!!
MI hermano, juro que pasa a cualquier ronquido. Dormimos en la misma habitación hasta que dejamos de hacerlo. Esto duró 27 años. Conseguí armonizar la situación. Cuando venía yo de fiesta, el en su concierto, yo me acostaba. Tan solo me concentraba en su profundo sueño transmitido por ese musical acompañado de ovejas bailando. Conciliaba el sueño.
Unidos siempre, hasta en la parada del bondi con el armenio tatuado, que el zota, tiene el az. Que la az cagado!!!!
ajahjahjahjahjahjahjaa
Abrazo y pum para arriba.
Que viaje mama mía, que viaje!
¡Gracias por ese video! Es maravilloso.
BUENÍSIMO. ME GUSTÓ ESTA FORMA DE RELATAR LOS DÍAS, LOS PENSAMIENTOS Y LAS SITUACIONES. LOS QUIERO MUCHO
son unos genios!! me estoy muriendo de risa con cada post!!!
Joaco: pense qe estabas loco, pero definitivamente tus amigos tambien lo están.
Creo qe lo más groso fue que aprendi qe en Siberia no hay esquimales los 365 días del año!
Plissssssssss, muy bueno!! felicitaciones! 🙂
Adore!
Me mató Wolverine vomitando jajajajajaja y DICEN que para que alguien deje de roncar tienen que putiarlo (mientras esta roncando, no lo vayan a putiar a la mañana cuando este conciente)
Muy muy bueno! Siguen de viaje todavia? Los felicito a los 3
Arranqué a leerlos hoy… desde el principio…… y paro acá. Me bajé una botella de tinto y una manzana y ya no tengo luces para seguir el hilo de sus relatos… pero los seguiré leyendo, mañana, con mas lucidez! Es fascinante esto!
Gracias!
Me hicieron cagar de la risa!!! excelenteeeeeee
Increíble. Cuando la emoción no tiene fronteras ni idiomas…
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